Columna de opinión en el periódico El Heraldo escrita por Cesar Lorduy. Fecha de publicación: 15 de septiembre de 2015.
El Plan de Gestión del Riesgo del departamento del Atlántico dice que esta región tiene apenas un promedio de 1.000 milímetros anuales de lluvias, pero la realidad nos indica que en los últimos tres años ese promedio está en 885, sin fenómeno de El Niño, y con zonas en las que los valores de acumulación trimestral de lluvias oscilan entre 0 y 200 milímetros.
El Ideam, por su parte, indica que para el periodo enero-agosto de este año el Atlántico ha tenido un déficit de lluvia del 48% y que se espera que para el trimestre agosto-septiembre-octubre este oscile entre el 40% y el 60%. Incluso, advierte que ese porcentaje podría ser mayor, dado que El Niño se ha recrudecido y podría estar presente hasta el primer trimestre de 2016.
Las lluvias son la única fuente sana con la que se abastecen los cuerpos de agua de nuestro Departamento –un milímetro de lluvia registrado en un pluviómetro representa un litro de agua por metro cuadrado–, aunque otros también se nutren del agua que les proporcionan el río Magdalena, el Canal del Dique y el mar Caribe.
Por ausencia de un adecuado nivel en las precipitaciones y del bajo caudal del Magdalena, que está afectado precisamente por la falta de lluvias, a lo que se suman los niveles de evaporación en esta zona del país que es de un centímetro diario en cada espejo de agua, las ciénagas y lagunas en territorio atlanticense están en crisis.
Un estudio de la CRA, como autoridad ambiental, sobre el estado de las cuencas hidrográficas del Atlántico y un análisis de Rafael Oyaga Martínez, en la revista Ingeniare, entre otros informes, nos muestran esa realidad.
La falta de agua, bien sea de lluvia o del río, la ausencia de un adecuado servicio de alcantarillado en la mayoría de los municipios y corregimientos localizados en el Atlántico y la carencia de sistemas como parte de un programa de saneamiento integral, nos arroja el triste resultado de tener unos cuerpos de agua que han sido utilizados por décadas como depósito de sólidos, sedimentos transportados en suspensión, sumidero de aguas residuales domésticas o sitio de disposición final de aguas servidas, todo lo cual sigue disminuyendo, en forma por demás dramática, sus niveles de oxigenación, lo que, al final, genera que el agua de ciénagas y lagunas esté contaminada.
En esas condiciones se encuentran ciénagas como la de la Bahía, en Soledad; Malambo o Ciénaga Grande, en ese municipio; el Convento, ubicada entre Malambo y Sabanagrande; la de Sabanagrande y Santo Tomás; la Luisa y Paraíso, en Palmar de Varela; la de Manatí; el Paraíso y el Uvero, en Ponedera; Sanaguare, en Candelaria; Luruaco y Tocagua, en Luruaco; Sábalo, ubicada entre Candelaria y Manatí, y la del Totumo, que queda entre Piojó y Santa Catalina, y el embalse del Guájaro, en límites de Sabanalarga, Manatí y Repelón, que es el cuerpo de agua más grande del Atlántico construido en 1965 con la interconexión de, entre otras, las ciénagas de La Peña, del Medio, Zarzal, Playón de Hacha, Ahuyamal y Cabildo.
Tan devastador panorama también está presente en las ciénagas del Rincón o Lago del Cisne, Balboa y Los Manatíes, en Puerto Colombia, y en la de Mallorquín, en Barranquilla.
Así estamos, pero así no podemos seguir.
Link a columna de opinión: https://www.elheraldo.co/columnas-de-opinion/sos-por-cienagas-y-lagunas-215631