Columna de opinión en el periódico El Heraldo escrita por Cesar Lorduy. Fecha de publicación: 29 de octubre de 2016.
En 2010, el Ideam elaboró el estudio Inventario de gases de efecto invernadero, que permitió conocer que Colombia emitía, y como tal era responsable, cerca de 224 millones de toneladas de CO2-eq, lo que era igual al 0,46% del total mundial.
El dióxido de carbono (CO2) equivalente es la huella generada por cualquier actividad, bien o servicio, pero en especial por la producción de energía, la deforestación, las actividades industriales, agrícolas, ganaderas y transportadoras, que no solo incluye el dióxido de carbono, sino todos los gases que son causantes del efecto invernadero, como el metano y el óxido nitroso, así como los gases refrigerantes: idrofluocarburos, hexafluoruros de azufre y perfluorocarbono.
Con ese escenario firmamos el año pasado el Acuerdo de París sobre cambio climático. Nos comprometimos como país a reducir en un 20% las emisiones de gases de efecto invernadero frente a lo proyectado a 2030, lo que significa que para ese año deberemos estar cerca de mantener el mismo nivel de emisiones actuales per cápita: 4,8 toneladas de CO2eq/hab.
En otras palabras: nuestro modelo de desarrollo y el crecimiento económico se verá seriamente afectado, en especial la producción de energía y las actividades industriales, agrícolas, ganaderas y transportadoras, los mayores generadores de CO2, porque estarán obligados a realizar una modernización y transformación urgente y costosa para cumplir con la ambiciosa meta y así mantener un nivel de desarrollo nunca superior al del 2010.
Pero Colombia firmó en 1992 la Declaración de Río, en la Cumbre de la Tierra. En esta hay un principio que es sano recordar, cuando de obligaciones ante el mundo se trata. Responsabilidades comunes, pero diferenciadas: que no es más que entender que si bien todos tenemos una responsabilidad frente al fenómeno del cambio climático, hay una gran diferencia entre países. Pues no es lo mismo la carga que pueden asumir los estados pobres o en vías de desarrollo frente a la que deben asumir los industrializados, ya que si el problema existe no es precisamente por culpa de los primeros.
Pero todo indica que nadie está cumpliendo. Un informe reciente de la Organización Meteorológica Mundial dice que la concentración de dióxido de carbono a nivel global superó el umbral de las 400 partículas por millón de forma generalizada durante 2015, impulsado, entre otras, por el fenómeno de El Niño, que para el caso de Colombia es ayudado por las 140.356 hectáreas deforestadas en 2014 por causa de la minería y la tala ilegal, los cultivos ilícitos, los incendios forestales, etc.
Para rematar, la ganadería ocupa el 80,3% del suelo dedicado a la producción en el país, con 22.689.420 animales. En el caso de las vacas cada una produce 150 kilos de metano al año, equivalentes a unos 3.500 kilos de CO2, lo que significaría que en solo ganadería la meta con la que nos comprometimos en París está en veremos.
Si seguimos comprometiéndonos en contra del desarrollo industrial y energético, dañando los bosques naturales para ampliar las fronteras agrícolas o deforestando a como dé lugar por culpa de las actividades ilegales, no solo tendremos mayores efectos adversos sobre el clima, sino que podríamos estar muy cerca de firmar un convenio que nos impida alimentarnos con carne de vaca.
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