Columna de opinión en el periódico El Heraldo escrita por Cesar Lorduy. Fecha de publicación: 27 de junio de 2015.

Por la Región Caribe se han hecho y se continúan haciendo grandes esfuerzos, pero los indicadores de nuestra realidad, más que llevarnos a dormirnos, deben alarmarnos y no simplemente preocuparnos.

Un informe sobre pobreza –publicado este año por el Dane, con datos de 2014– indica que en esta área del país 2.262.421 personas viven en la pobreza extrema y 4.510.721 no tienen satisfechas sus necesidades básicas.

Bases estratégicas elaboradas para construir el Plan Nacional de Desarrollo de los próximos cuatro años muestran que todos los departamentos costeños (excepto en algunos casos el Atlántico) superan negativamente el promedio nacional de cobertura educativa media y superior, informalidad y empleo; estamos a punto de tener, con La Guajira a la cabeza (a la par de Chocó), los niveles más altos de adolescentes que han sido madres o están embarazadas, y en Bolívar, Cesar y San Andrés tenemos un alto porcentaje de niños de 0 a 5 años por debajo de una talla normal.

Como si lo anterior fuera poco, el 76,8% de nuestro territorio tiene una vulnerabilidad hídrica alta –cuando no es una cosa es la otra–, al punto de que el 40% de los daños y pérdidas que ocurrieron durante La Niña de 2010 y 2011 se concentraron en esta región, cuyos suelos, en un 50,1%, presentan conflicto por sobreutilización y subutilización.

Supera la Costa la media de las estadísticas de la Escuela Nacional de Demografía y Salud y del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, que indican que en el país mueren, en promedio, 4 niños diario por casos de desnutrición, 13% de los menores de 5 años tiene desnutrición crónica, de 5 a 12 años presentan algún problema de desnutrición y un 3% sufre retraso severo.

Esta región también tiene un indicador superior al promedio nacional, y es que nosotros consumimos per cápita 49,7 kilos de arroz por año. Por ello, el precio de este producto es muy sensible en la Costa, tanto que un aumento, por ejemplo, del 20% en su valor, implica que la tasa de indigencia aumentaría del 10% al 10,8% y la tasa de pobreza de 32,7% a 33,6% a nivel nacional.

Nos estamos alimentando de arroz que, si bien es una fuente de energía, no contiene por sí mismo todas las proteínas, lípidos, glúcidos, vitaminas y minerales que requieren nuestros niños. Además, nuestros coterráneos dejan de consumir este cereal al inicio de los años escolares porque el poco dinero que tienen deben dedicarlo a la compra de útiles.

Resulta que en muchas familias de nuestra Región Caribe cuando no tienen para el arroz lo sustituyen por maíz o yuca e, incluso, el mango o el aguacate, estos últimos solo en épocas de recolección y pueden ser accesibles a personas distintas al dueño de la cosecha.

Nuestra pobreza ha llegado a límites tan extremos que, como alimento para nuestros niños, he conocido biberones llenos de agua –cuando existe este servicio– de yuca hervida, de maíz o de arroz e, incluso, del agua que queda del queso procesado.

En épocas recientes, el mango, en especial el de hilaza, y el aguacate, que no podía vender el dueño de la cosecha, lo mezclaban con el agua de yuca, maíz o la que sobraba del queso y ese era el alimento de los cerdos. Hoy sucede lo contrario. Un total contraste que debe alarmarnos.

Link a columna de opinión:https://www.elheraldo.co/columnas-de-opinion/arroz-mango-y-aguacate-202349

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