Hace unos meses Mi RedVista me propuso que les contara mi vida, por considerar que esa historia podría ayudar a muchas personas. Aquí el resultado de esa invitación que también les comparto.

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Link a nota originalmente publicada en MiRedVista: https://miredvista.co/los-libros-y-la-disciplina-me-salvaron-cesar-lorduy-13211

El actual representante a la Cámara por Atlántico hace un recuento de los episodios difíciles y tristes de su vida, pero también de sus esfuerzos para superarse y de sus logros como abogado, dirigente gremial y político.

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En una visita a un barrio del sur de Barranquilla.

Siendo un niño fue reciclador en Las Flores; más tarde, ‘especialista’ en análisis literarios que hacía por encargos; no se había graduado, y estaba ya dirigiendo y enseñando en una primaria nocturna que ayudó a montar en el barrio Cevillar; fue mensajero de un reconocido penalista, escribiente de  telegramas para analfabetas en Telecom, y auxiliar de biblioteca en Uniatlántico y en Monómeros, empresa en la que escaló después como abogado y vicepresidente jurídico.

Ese es, en pocas líneas, un resumen de lo que ha sido la vida de César Lorduy Maldonado, hoy metido a político –es uno de los siete representantes a la Cámara que tiene el Atlántico­– pero que fue conocido antes como profesor universitario, dirigente empresarial, miembro de ocho juntas directivas y columnista de prensa.

Tras repasar las vicisitudes que debió afrontar en su niñez y juventud asegura que a él lo “salvaron” el estudio y la disciplina.

Sus primeros años transcurrieron en el barrio Las Flores, donde vivió con su mamá, Elvia Maldonado, y aprendió sus primeras letras en el colegio 41 para Varones. “Mi infancia fue muy cercana al trencito de Bocas de Ceniza, a la Ciénaga de Mallorquín, Puerto Mocho, los buques, la draga, la cantera Sierra Vieja. Recuerdo el tren llevando piedras para construir el tajamar y el campamento lleno de capitanes y de gente de la Armada”, recuerda.

Eran días de pobreza absoluta en los que el niñito se iba a un basurero que había en el barrio a sacar cartón, botellas y aluminio que luego vendía en los alrededores del barrio o en la calle 30, adonde llegaba con otros chicos, caminando por una Vía 40 polvorienta, aún sin pavimentar. “Fue la época en que vi cómo fueron rellenando la ciénaga (Mallorquín) con basuras. Más de 14 hectáreas de unos 8 metros de profundidad llenos de basura. Eso se convirtió en su principal fuente de contaminación”, dice.

Después salió por primera vez de su casa y se fue a vivir con su madrina, Miriam Salom, a la calle 75 con carrera 59. Era el momento de terminar la primaria, y fue matriculado entonces en el barrio San Francisco en una escuelita auspiciada por los empresarios afiliados a la Andi, el mismo gremio al que Lorduy llegó en su adultez como miembro de su junta directiva. Vueltas que da la vida.

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Como era asiduo lector de periódicos, sabía que el Barranquilla para Varones era un buen colegio público. Por eso hizo su bachillerato allí, mientras comenzó su peregrinaje por casa de tíos, primos, amigos. “Mi mamá era muy pobre y no había oportunidades de avanzar. Como anduve por toda Barranquilla me volví experto en la nomenclatura vieja de la ciudad. Por eso no olvido que viví en Concordia con San Juan, en la 33 con 36”, recuerda.

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Con el senador Arturo Char y con el jefe de Cambio Radical en la Costa, Fuad Char Abdala.

Allí se graduó de ‘nerd’, come libros, ratón de biblioteca, lector empedernido. El leía y estudiaba por otros y entonces empezó el rebusque con las tareas que hacía por encargo, sobre todo los análisis literarios, que para muchos eran un dolor de cabeza pero para él, dice, eran un placer.

Llegó la época de la alfabetización, ya terminando el colegio. A Lorduy le tocó hacerla en una institución y en un barrio que se quedaron en sus afectos: el colegio Cruzada Social, regentado por las Hermanas del Sagrado Corazón, en la calle 46 con 14, barrio Cevillar, al suroccidente de Barranquilla.

“Era mucha la gente adulta que quería aprender, y fue tal la acogida de la jornada de alfabetización, que les propuse a las monjas crear una escuela primaria nocturna. Me puse al frente, obviamente con el apoyo de la directora, y además enseñaba. Posteriormente las hermanas ampliaron al bachillerato nocturno”, recuerda.

Empezó a recibir su primera paga, de $1.000, por parte de las religiosas. Fueron esos los días en que también empezó a recorrer y a conocer gente en los barrios vecinos: La Ceiba, Palacio Plaza, San José; así como los teatros Bolívar y Águila, la cultura de los picós, la salsa , el Carnaval y la agitada vida nocturna del sector. Vivió donde una tía en la 60 con 14 y llegó a ser miembro de la junta de acción comunal de La Ceiba.

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Tras graduar de bachiller con honores, intentó entrar a la Universidad del Atlántico, pero ya no había cupos, por lo que se metió, en calidad de asistente, a estudiar Matemáticas por la mañana. Descubrió que por haber estado entre los mejores bachilleres, podía entrar a esa alma máter directamente y entonces se matriculó en contaduría por la noche.

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El representante con el presidente Duque y el exalcalde Alejandro Char.

Pero recibió un mensaje de la Universidad del Norte en el que le notificaban que por sus resultados en el colegio podía entrar a esa institución, y entonces dejó sus estudios en UA para ingresar al programa de ingeniería mecánica de Uninorte.

Trabajaba por las noches en una cafetería, donde se vio implicado en un incidente en el que una joven perdió la vida, lo que fue uno de los momentos más difíciles y tristes que afrontó. “El mundo se me vino encima: terminé en la cárcel dos meses. Mis compañeros de la universidad hicieron una colecta en potes de leche y consiguieron que el destacado penalista Miguel Bolívar Acuña asumiera mi caso”.

Al salir, fue adonde Bolívar y le ofreció ser su mensajero. Entonces empezó a frecuentar el Centro Cívico y un día, poniendo un telegrama en Telecom, observó a un señor que miraba como angustiado a todo el que llegaba. Se le acercó y entendió el problema: necesitaba poner un telegrama, no sabía hacerlo y lo que es peor: no sabía escribir. “No se preocupe, yo le ayudo, le dije, y así fue”. El señor le contó que debía mandar un telegrama cada semana y le propuso que le ayudara, que él le pagaba. Listo, el acuerdo se cumplía puntualmente cada semana, pero además otras personas en situación similar lo buscaban y él entonces le ofrecía sus ‘servicios’.

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Se reencontró con el profesor Antonio Vittorino (reconocido docente del que había sido monitor en Uninorte) quien le aconsejó estudiar Derecho. Por recomendación suya hizo gestión en la CUC, donde además fue becado. No contento con ello, se matriculó simultáneamente en Uniatlántico en la misma carrera. “Quería graduarme de abogado a como diera lugar y si me fallaba la cosa por cualquiera de los dos lados no quería quedarme en el aire”, explica.

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Lorduy con su esposa Guiomar Romero, con quien se casó hace 35 años.

Sostenerse cada vez era más difícil, y entonces el abogado Bolívar lo ayudó a entrar como auxiliar en la biblioteca de la Universidad del Atlántico, donde se sumergió en el mundo de los libros por completo: literatura, economía, filosofía, política, derecho… “Yo no hacía lo que hacían otros jóvenes de mi edad. Yo me la pasé leyendo y estudiando”, apunta.

Después su jefa le propone que la acompañe en la tarea de montar la biblioteca de la empresa Monómeros, lo cual aceptó. Al terminar ese contrato, surgió la posibilidad de trabajar en la planta de sulfato de amonio. “Pero no aguanté, era tirando pala y las manos se me sangraban”, recuerda.

Pero en 1979 se dio la oportunidad de entrar formalmente a esa empresa, al Centro de Información, donde aprendió otros temas. “De noche estudiaba en la CUC, y a la Universidad del Atlántico iba cada vez que podía, pero eso sí no fallaba en los exámenes y en ambas me iba bien. Pero al final, cuando vi que no tenía riesgo de perder la beca y me salí de la pública por el trabajo”, dice.

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En 1982 se graduó de abogado con tesis meritoria, pero antes de eso ya la universidad le había propuesto ser profesor y en Monómeros se había convertido en el soporte de las investigaciones que hacían los ingenieros. “Es por eso que soy el único abogado que ha recibido un reconocimiento de la Asociación Colombiana de Ingenieros Químicos, la Cruz de Benceno, en 2001”, apunta.

Lorduy cursó después especializaciones en derecho ambiental en la Universidad Externado de Colombia; derecho laboral en la Universidad del Norte; derecho de sociedades en la Universidad Javeriana y Uninorte, y de maestría en Derecho en esta última institución, donde además fue docente. También ha sido profesor en la Externado, Uniatlántico y Unilibre.

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En una sesión en el Congreso de la República.

En 1986 se casó con Guiomar Romero, su fiel compañera en este trasegar, con quien tuvo una hija que murió en 2009, el hecho más doloroso para ellos.

La vida de César Lorduy transitó por mucho tiempo entre la academia y Monómeros, donde fue creciendo profesionalmente al punto de que en 2005 se conviertió en el vicepresidente jurídico de la empresa y cofundó la Fundación Monómeros con la que ha realizado trabajo social en diversos sectores, especialmente en el basurero Las Flores. En este, el barrio de su infancia, impulsó la construcción de un megacolegio y de una casa de la cultura.

Tras un retiro de Monómeros monta su firma de abogados, pero acuerda seguir siendo apoderado y asesor externo de la compañía. Volvió dos veces más, en 2011 por tres años,  y en 2014 hasta agosto de 2017, cuando lo dejó todo: su oficina de abogados,  su columna que por tres años publicó en el periódico El Heraldo y su participación en las juntas directivas de la Cámara de Comercio, la Andi, el Consejo Superior de Uniatlántico, el Consejo Directivo de la CUC , la Corporación Autónoma Regional, la Sociedad Puerta de Oro y Asoportuaria. Todo, por lanzarse a la arena política.

“Siempre tuve inquietudes y mucha sensibilidad por temas vitales de la ciudad. Y hoy puedo sacar pecho por 84 proyectos de ley, entre ellos la Ley de titulación de predios, que favorece a 8 millones de familias colombianas; la Ley de borrón y cuenta nueva, que va a permitir que millones de personas salgan de centrales de riesgo; la cadena perpetua a violadores y abusadores, y el de la paridad política, que en llave con el senador Arturo Char hemos podido sacar adelante”, dice al final.

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