Columna de opinión en el periódico El Heraldo escrita por Cesar Lorduy. Fecha de publicación: 27 de marzo de 2016.
Ivonne Guzmán, editora del periódico El Comercio, de Ecuador, en el artículo titulado “El Estado frente a la soberanía del cuerpo” manifiesta que el único territorio que en la práctica todavía nos pertenece es nuestro cuerpo.
Ese cuerpo, según el filósofo francés Michel Foucault, es un texto sobre el que se escribe la realidad social. De ahí la importancia de los discursos sobre el mismo y sus cambios en la historia, tanto que la embriaguez es ahora la enfermedad del alcoholismo, y la homosexualidad pasó de ser pecado a enfermedad y hoy a ser una preferencia personal.
A punta de estándares religiosos y morales se solicita dejar sin protección el cuerpo de los niños. Con esas mismas ideas –más una legislación absurdamente vigente– hemos hecho del cuerpo, en especial del femenino, un objeto y blanco del poder, al que se manipula, se le da forma y se educa, etc., y a base de castigo y disciplina lo hemos convertido en un cuerpo que obedece, sobre el cual todos los días la mujer pierde soberanía.
No creo que exista ninguna mujer –rica o pobre– que se embarace para tener posteriormente el gusto de abortar, como tampoco creo que exista un ser humano dispuesto a enfermarse para tener la opción de ejercer el placer de abrazar la muerte, con el fin de que cese su intenso sufrimiento derivado de una lesión corporal o enfermedad grave o incurable.
Claro que, hacer lo uno o lo otro, corresponde al ejercicio del derecho de una persona de disponer de su cuerpo, siempre y cuando sea capaz de asumir, en forma responsable y autónoma, las decisiones sobre los asuntos que solo a él o a ella le incumben.
La soberanía sobre el cuerpo no está ni debe estar condicionada a argumentos –inadmisibles, por cierto– de una mayoría o minoría que la juzgue bajo un imperativo religioso o moral. Ni tampoco el Estado puede pretender desconocer esa soberanía –excepto en algunos casos– bajo el pretexto de intervenir para proteger el derecho a la vida.
Lo contrario es aceptar que las mujeres durante su embarazo pierden la condición de sujeto de derecho y que por ello no tienen la capacidad de decidir sobre su cuerpo, o exigir del enfermo terminal una conducta heroica, cuando el fundamento de ella es producto de una creencia religiosa o a una actitud moral.
Más que limitar la soberanía sobre el cuerpo, lo que se debe hacer, entre otras cosas, es educar desde el principio para que los niños sepan valorar los potenciales abusos sobre su cuerpo; lograr que sean efectivas las leyes sobre derechos a la salud sexual y reproductiva; incentivar el uso y el acceso masivo a los anticonceptivos; motivar, incentivar y hasta premiar a las parejas que tengan el número de hijos a los que realmente puedan darle una vida digna; así como crear políticas sociales y económicas que eviten la desestructuración familiar producto del desplazamiento causado por la violencia, que en gran parte –y a buena hora–, está a punto de acabar, aunque muchos añoran, extrañan y no se cansan de incentivar.
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