Columna de opinión en el periódico El Heraldo escrita por Cesar Lorduy. Fecha de publicación: 26 de noviembre de 2016.
La palabra tormenta admite varios usos. Sin duda, la definida como una perturbación violenta de la atmósfera por la coexistencia de dos o más masas de aire de diferentes temperaturas, que puede estar acompañada de truenos, relámpagos, lluvias, granizos y otros fenómenos meteorológicos, es la más común.
En otros sentidos puede ser usada para definir la adversidad, desgracia e incluso los cambios repentinos y violentos de los estados de ánimo o de la pasión.
De la una y de la otra hemos recibido en los últimos tiempos, pero la que más nos debe preocupar, por ahora, es la comúnmente llamada tormenta solar, anunciada por el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, en una directiva presidencial publicada por la Casa Blanca el 13 de octubre de 2016.
Esa directiva informa que el clima espacial tiene el potencial de afectar y perturbar, simultáneamente, la salud y la seguridad de continentes enteros, por causa de eventos meteorológicos espaciales en forma de bengalas solares, partículas energéticas solares y perturbaciones geomagnéticas, que podrían degradar significativamente la infraestructura crítica, tales como el Sistema de Posicionamiento Global (GPS), operaciones y comunicaciones por satélite y de la aviación. Pero, además, podrían afectar a los reactores nucleares y desactivar grandes porciones de la red de energía eléctrica, lo que resultaría en fallas en cascada que afectarían servicios claves como el suministro de agua, la asistencia sanitaria y el transporte.
El presidente Obama, sobre la base de que lo anterior representa el mayor riesgo para la seguridad de esa nación por lo que puede suceder, le ordena a casi todas las entidades y organismos de los EEUU responsabilidades en el marco de la Estrategia Nacional del Clima Espacial 2015, para que, entre otras, no solo adelanten acciones preventivas, sino esfuerzos e investigaciones que permitan, desde ahora, proporcionar pronósticos meteorológicos, relojes, avisos, alertas y vigilancia del clima espacial en tiempo real.
Con base en informes de la Academia Nacional de Ciencias de los EEUU, y de investigaciones propias, la Nasa, desde 2010, viene trabajando en el llamado ‘Escudo solar’, con el fin de proteger a los EEUU de los devastadores efectos de una tormenta solar, que, según el físico espacial Pete Riley, van desde daños en los satélites de comunicaciones, apagado de los sistemas GPS, parálisis del tráfico aéreo y un apagón de luces, computadoras y teléfonos durante días, meses o incluso años.
Dependiendo como depende hoy la sociedad de la tecnología, una tormenta solar geomagnética muy poderosa nos llevaría al caos sin remedio alguno, del que por cierto nos salvamos el 23 de julio de 2012, cuando el Sol envió una inmensa nube de plasma magnetizado hacia el espacio que logró atravesar la órbita terrestre: por fortuna no llegó a generar ningún impacto real ese día, debido a la posición de la Tierra.
Si Obama ordenó hace un mes todo tipo de acciones que deberán tomarse en términos no mayores a 120 días para proteger a Estados Unidos de esta eventual tormenta solar, y por consiguiente del silencio y de la oscuridad total, es hora de que le sigamos los pasos, porque si ello llega a ocurrir –y todo indica que ocurrirá– el mundo se dividirá entre los que estarán en silencio y a oscuras y los que se pudieron proteger.
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